Tengo implantado muchos recuerdos sobre las navidades. Por entonces era un continuo muy predecible de experiencias en las que no había árbol de navidad ni conocíamos el icono de Papa Noel. Las más intensas datan de hace medio siglo. La cosas eran muy sencillas por entonces. Nací en el seno de una familia muy afortunada. Disponíamos de cientos de discos de vinilo clásicos y cientos de novelas gracias los que desarrollé mi afición por Claudio Arrau, Natham Milstein, Arthur Grumiaux, Herbert von Karajan, Vladimir Horowitz, Sigmund Freud o James Joyce junto a otros. Nos estaba permitido adquirir, muy a duras penas, unos pocos equipos de fotográficos.
La llegada de la navidad era un evento importante en un mundo sin demasiados sobresaltos. Comenzaba cuando se montaba a mediados de diciembre «el nacimiento» , siempre con piezas de plástico de diferentes escalas, todas desiguales pues se acumulaban de los años anteriores, una forma de herencia material que ayudaba a representar el paso del tiempo por la antigüedad de las mismas. El color del cielo era representado por un fino y suave papel de celofán de 1m x1m de color azul celeste. Por alguna razón que desconozco el escenario siempre tenía el mismo color armilar. Quizás fuera el mismo papel reciclado aunque lo cierto es que recuerdo ir a comprarlo a la librería «Perdigón» bajo la atenta supervisión de mis padres que me repetían «sólo papel celofán azul celeste«. El nacimiento iba acompañado de una base de tierra volcánica extraída de los arenales de los municipios de Fuencaliente o Mazo, y varias capas de musgo verde encima. No podría faltar piedras coloridas por líquines, una especie de ser vivo simbiosis entre alga y hongo que en mi tierra adquiere colores amarillos cobrizos, rojos… . Mi padre acostumbra a organizar grandes caminatas por los montes con el pretexto de encontrar los mejores ejemplares. Reunidos los recursos materiales descritos ya no había que hacer nada especial excepto disponerlas en el tablero. La estructura del belén era modificada a lo largo de la navidad en función del arbitrio de cada miembro de la familia hasta que el orden encarnaba la mucha o poca voluntad de todos, una forma de equilibrio mas social que físico. La combinación era sencillamente agreste, muy en el estilo insinuador de la naturaleza de nuestra isla de La Palma. A mi me parecían siempre perfectos. A partir de esos años para mi navidad, imaginada o real, toda navidad posible es del color leve azul celofán.
La segunda experiencia que tiñe la navidad deriva de la televisión, más en concreto a través de una sintonía de un programa de TVE en Canarias dedicado a las entrega de juguetes para los niños necesitados en la festividad de los Reyes Magos. Sucedía todo en los primeros días de enero. En ese momento es cuando sonaba Oratorio de Navidad BVW 248 de J.S. Bach, más en concreto un fragmento del número coral final de la primera cantata «Ach mein herzliebes Jesulein». He grabado está pieza con un consort de cuatro flautas möek al estilo Gülda, de una a una. No soy un buen interprete aunque me conmueven, e incluso estremecen, por su significado. He preferido ilustrar este post con la versión de Nikolaus Harnoncourt con el «Concentus Musicus Wien» no porque nos parezca excepcional – creo que no ha sabido resistir el tiempo y sus caprichos – si no porque he tenido la suerte de grabara uno de sus integrantes en un cuarteto de cuerda. Si deseas escuchar el tema en cuestión basta con que ponga en marcha el vídeo y desplazas el punto de la barra hasta el minuto 26:45.
Es tremendamente difícil controlar la intensa emoción que emerge cuando escucho esa coral. La forma en que la memoria otorga valencias afectiva tan sentidas es casi un competo misterio para mi y en todo caso algo ajeno a mi voluntad racional una especie de posesión irremediable. El caso es que es imposible reprimir sentimientos como sólo los que despliega la música que ha sido «vivida sin darte cuenta». Desde entonces La Navidad consiste en estar con familia y a veces dejarme llevar por los sentimientos evocados por el tono exacto de azul del papel celofán y por la coral final de la primera Cantata del Oratorio de Navidad. Juntos son dos estímulos muy poderosos. Nada de esto ha sido elegido, me ha sido impuesto por las vivencias en el tiempo.
Este post me recuerda que quizás deba hablar menos de cacharros técnicos y dirigirme hacia una dimensión más subjetiva.