Hoy toca pensar. Si tuviésemos que salvar la obra de un músico – admita por un momento con fines didácticos la estrechez de tener que salvar sólo un autor representativo de la humanidad – ¿Tendrían la misma posibilidad Julio Iglesias que Juan S. Bach? Una parte mayoritaria de mis alumnos-as de secundaria piensan que no es posible establecer uno o varios criterios para aclarar la supremacía de una música o estilo sobre otra. Algunos piensan que la música contemporánea es mejor por el hecho de que lo nuevo resume la historia, otros piensan que simplemente hay que «echarlos a los dados», otros consideran que la obra del genio de Leipzig sin saber exactamente porqué o guiados por la ceguera que proporciona por la autoridad de los textos académicos.
Para que no queden dudas personalmente optaría por salvar la obra de Bach frente a casi cualquier otro músico, e incluso casi al conjunto de ellos, excepto el caso de la música de Mozart y Beethoven. Entre Bach y los dos últimos músicos simplemente optaría por un sistema al azar y sea cual sea el resultado lloraría después por las opciones desechadas. En cualquier caso, mi elección de autores sería equivalente con otras triadas K. Jarret, J. Brahms o D. Scarlatti, es decir, una manifestación subjetiva de mis códigos musicales. De poco sirve apelar a la «complejidad de la obra», a la «destreza técnica requerida» o al «significado profundo y universal» que transmite. Para mis alumnos no hay ningún criterio decisivo autoevidente. En broma les sugiero que son ignorantes y lean aunque cuando me subo al coche pienso cómo evitar una falacia de esta magnitud. Medito cómo desarrollar un argumento racional que permita decidir qué música es internamente suprema, atemporalmente mejor. No basta con proponer una amalgama de características seleccionadas racionalmente y luego decir cuáles son estilos o músicos que los cumplen en mayor proporción que otros y, por tanto, cuál sería merecedor de ser rescatado para la humanidad. Si quieres una idea de «por dónde van los tiros» la respuesta posible es una intersección entre la Teoría de la información y la aproximación de las neurociencias. ¿Para responder algo tan obvio necesitas pertrecharte de instrumentos tan extraños? Si.
Analicemos por un momento el argumento de la complejidad. Alguien podría pensar que la música compleja es mejor que la simple. Si el lenguaje lo es todo entonces un lenguaje complejo es mejor que un lenguaje rudimentario porque se puede acometer la creación con más riqueza. Falso. La sencillez no es simpleza y cualquier sistema musical produce obras geniales. Mozart o Bach tiene obras sencillas que repelen la complejidad. Huye de (a) soluciones armónicas distantes o muy próximas, (b) densidad de los temas o del número de las voces, (c) polifonía y poliritmia, (d) diversidad modal, o (e) destreza interpretativa y técnica extrema como sinónimos de «buena música». Lo sencillo puede devenir de un código creador muy complejo o de otro minimista. Da igual, por ahora comprender la sencillez es un misterio. Sólo tenemos acceso racional a lo simple.
Permítame desarrollar una analogía. La estructura genética de una bacteria le permite sobrevivir la extinción catastrófica de la vida compleja por completo. No hay «diseños inteligentes» preferibles en sí mismos en la evolución natural. Todos y cada uno de los logros evolutivos son proyectos de éxito que deben ser etiquetados como equivalente entre sí en el acontecer natural. Si vemos a la especie humana como el ser vivo que ocupa el trono de la evolución es por convencionalismo antropomórfico, porque es una especia musical, filosófica, mitológica y científica – técnica a la vez. Pensamos que es «bueno» y «diferente» a las demás especies al tiempo que despreciamos los otros logros evolutivos de las especies. Ser complicado no supone ser «mejor» ni en la música ni en las ciencias de la vida.
Este debate gira sobre los que es buena y mala música y generalmente transcurre sin aclarar mucho o nada lo que significa «buena o mala música». Se imagina tener que decidir a los dados si salvamos «La Pasíon según Mateo» de Bach, o «Por el amor de una mujer» de Julio Iglesias, o «Come as You Are» de Nirvana. No se trata de que presuntamente sea uno mejor o peor que otro condicionado por el número de personas que lo piensen. Lo que se pretende es desarrollar un argumento inequívoco para decidir guiados lógica de la información que se encuentra en el interior de cada obra. el problema es que la perspectiva posmoderna también ha llegado a la música: lo que hace a una música genial es su tiempo histórico, en este tiempo lo más importantes son los códigos subjetivos de los escuchantes, y no podemos decidir entre códigos porque estos son relativos y subjetivos entre sí. Tengo un problema para neutralizarlo racionalmente.
Para muchos el culto que rendimos a Bach es expresión de un convencionalismo asumido sobre el valor de las música dentro tiempo histórico respecto del presente, es decir, es resultado de pensar que «todo tiempo pasado fue mejor», un punto de vista «carca» respaldados por acuerdos tan arbitrario como sus contrarios :»lo actual es mejor». En su términos más dramáticos lo anterior equivale a asumir sin más que jamás podemos decidir entre lo «mejor o peor» en la historia de la música. Le invito a sostener lo contrario, o al menos a ponderar esta afirmación, frente a una horda de treinta y cinco mentes críticas que creen que Beethoven es una raza canina.
En definitiva, harto de que mis alumnos equiparen a Julio Iglesias o Adele con Bach o Scarlatti, de que eleven a la categoría de ley universal la idea de (a) que la música es opinión en su esencia, impresión personal o subjetividad y de (b) que no hay argumento decisivo para seleccionar entre las opiniones, en los siguientes post aclaré por qué tal planteamiento es inexacto desde un enfoque objetivo de la información. Lejos de confirmar la historia estos estudios permitirán acercar a los buenos músicos sin importar sus estilos.